Lleno de bicis

Salí del museo algo mareado, ya me había pasado algunas veces en otros sitios como ese, y por tanto no le di pelota, como siempre. Münster comenzaba a comprarme, a envolverme. Esa ciudad, escogida como escala simplemente por ser el nombre con que se identificaba al aeropuerto regional, el más cercano a Ámsterdam donde la compañía low cost viajaba desde Ibiza, me había sido algo hostil en las primeras horas de la mañana.

A pesar de llegar muy fácilmente al centro, luego de un viaje de media hora en bondi desde el FMO, pasando por otros pueblos del noroeste germano, y de ubicarme con relativa facilidad al bajarme del mismo, frente a la hauptbahnhof, oscors, descubrí que el albergue estaba sobre un bar de strippers, y que la administración estaría cerrada hasta bien entrada la tarde. Contando con la experiencia de Frankfurt, temí haber caído nuevamente en el peor barrio de la ciudad, aún desconocida. Consideré el tomarme los vientos, llamar a Diego y decirle que llegaría un día antes a Holanda.

Update 13/01/06: Algunas fotografías representativas de Münster.

Pero recordé un dato clave. En cada una de las ciudades que venía visitando, aún las ya conocidas, o donde me esperaban familiares o amigos, había un punto en donde me quería ir a la mierda, donde me arrepentía hasta el tuétano de haber salido de donde estaba, de moverme. La inercia, una vez más, sublimándose en ganas de rajar.

Así que luego de desandar las 2 cuadras hasta la Hbf para meter la mochila en un locker, empecé a caminar hacia el centro, sin mapa, entregándome a ese placer recién descubierto de perderme en lugares desconocidos. Fue así que luego de unas horas de caminata, decidí entrar al museo de la ciudad. Después de todo, ya a esa altura me parecía injusto el no aprender algo más de ese sitio, uno de los pocos, por no decir el único, donde mi ignorancia era casi completa. Es que la extensión del viaje, pero sobre todo su inmediatez a mi partida laboral, habían impedido que me informase correctamente de todo lo que estaba en el itinerario.

Ese museo era algo raro, un cambalache bastante particular, donde convivía el arte contemporáneo con exposiciones sobre los primeros pobladores de la zona, miles de años antes. Los museos a los que estaba acostumbrado eran mucho más específicos en su temática. Pero el vuelo de pájaro que me ofrecía era precisamente lo que necesitaba en aquel momento, para volver al ritmo turístico, luego de dos semanas de playa y familia. Mi viaje comenzaba de nuevo, y tal vez por eso la sensación inicial de rechazo a ese lugar, había sido tan intensa, tan al pedo.

La reflexión que me provocó la visita a ese museo, corrijo, la que catalizó la visita a ese museo, fue una que siguió madurando durante unas semanas más, y que en Rumania terminó de cerrar: los 50 años de la UE coinciden con uno de los períodos más largos de paz que ese continente haya vivido en mucho, mucho tiempo, sino el más largo de la historia. Es que el objetivo de la UE es explícitamente ese, y es por eso que países como Alemania, donde sus habitantes tienen la sensación de estar financiando el proyecto de sus propios bolsillos, se dan el lujo de pagar el precio de la pérdida de soberanía y de dinero, claro. Sienten que están construyendo por fin, la paz. La receta parece simple, si no hay muchas diferencias entre mis vecinos y yo, no vamos a tener porqué pelearnos a balazos. Entonces, si son pobres, los enriquecemos, y para embretarlos del todo, los metemos, nos metemos, en la misma bolsa, comprometiéndolos, forzándolos en la negociación, a ponerse en nuestros zapatos.

El concepto no me resultaba novedoso, pero había una ficha que acababa de caer. Es claro que cosas como la eterna guerra civil irlandesa o las reivindicaciones nacionalistas vascas dejan un poco en offside esta idea. Además, también es cierto que hay unos cuantos países europeos que no son parte de la unión y que los motivos comerciales muchas veces prevalecen sobre el pacificador. Pero creo que más allá de estas observaciones, el hecho de estar parado en el sitio donde se firmó la paz de las guerras de los 30 y de los 80 años, sabiendo que la probabilidad que se pelee por alguna cosa en ese sitio es muy remota por un buen rato, no pude dejar de sentir que le éxito de la UE en cuanto a la paz, es completo.

Pero dije que se terminó de cerrar todo en Rumania, país que se prevé ingresará efectivamente en 2007 (a pesar de la antipatía de sus vecinos europeos más cercanos, como Hungría). Ahí, en el medio de la pobreza europea, (que también se ve en los países ricos como Francia, pero que aquí es omnipresente) me asalta la idea germinada en Münster, la receta de la paz y el crecimiento económico aplicada a los países del este. Es imperativo poner el ojo acá durante los próximos diez años, a ver si lo logran una vez más.

Se me hace inevitable entonces, entre la lluvia de la carretera transilvana, escuchando conversar a mis amigas Húngaras sin entenderles un soto, escalar la idea, pensar más allá de Europa. ¿Acaso la receta es repetible, adaptable? ¿Cuál es EL conflicto que tenemos entre manos como Humanidad? Los atentados de Londres habían sido hace pocos días, semanas solamente, entonces pienso en Islam Vs Cristianismo, el mismo puto problema de hace quinientos, mil, dos mil años, pero en la era de la globalización y del petróleo.

Y ahí ato las puntas. Europa, Islam, Turquía.

Pienso, si la UE es capaz de lograr con los turcos lo mismo que ha venido haciendo con cada país anexado, podremos abrigar la esperanza de una reconciliación a los mil y tantos años de antagonismo, porque será un paso significativo. Claro, Turquía no es árabe, y eso es un punto clave, pero si un país con mayoría musulmana, con una población cercana a la Alemana, logra exitosamente incorporarse a la Europa política, el país pivote se habrá inclinado, una vez más, hacia occidente y el «ellos contra nosotros» no será tan fácil de esgrimir desde ninguno de los artificiales bandos.

En Münster conocí gente, tomé cerveza, almorcé en la universidad, caminé como loco, me perdí, pasé 500 veces por la misma esquina, fenómeno también invariante en todas las ciudades que visité, compré mi libretita negra, me afané unas cuantas estampillas autoadhesivas para paquetes del correo y me enamoré de la ciudad en menos de 24 horas, tanto como para no querer dejarla, y por supuesto lamentar mi partida al llegar a Holanda un día después.

Ah! y el albergue, excelente.

6 comentarios

  1. Pingback: el Abra » unas fotos

  2. Hola, me encanto el relato y me senti muy presente, casi que se podia vivir la ciudad junto a ti. La reflexion me parecio muy importante y verdadera, decime si no estaria bueno poder aplicar todo eso en latino america para poder salir adelante mejor y juntos… Saludos

  3. Está muy bueno, valió la pena la espera!
    Me ha pasado también eso de que te «caiga la ficha» sobre un tema así de grosso cuando menos lo esperás, en ratos de ocio intelectual…

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