1. Subcampeones
Un Lunes hace aproximadamente veinticuatro años prendimos la tele en mi casa y sintonizamos el programa de Susana Giménez que ese día emitirían en directo en un canal local de Montevideo.
Recuerdo perfectamente la imagen de la diva argentina con los susanos abriendo el programa a puro festejo. Banderas, camisetas y toda la pesca.
Yo no salía de mi asombro. Después de un durísimo domingo en casa de mis abuelos donde vimos la final (de la que no tengo recuerdos) imaginaba que en Argentina el ánimo sería aún peor.
Uruguay venía de quedar descalificado en octavos en un mundial en que sentíamos que teníamos derecho a más por las figuras que llevábamos. Algo como que nuestro equipo era el más caro del torneo, etc. Estábamos pasando por en el peor momento de nuestro fútbol. Hinchar por Argentina en esa final fue para mi un consuelo y acababa de perderlo horriblemente.
El sobreimpreso de «Argentina subcampeón» del programa de Susana me enseñó que la palabra vicecampeón no existe a pesar de que es lo que se usa en Uruguay y que el segundo puesto en un Mundial es algo maravilloso de lo que se tiene que estar muy orgulloso. Fue un sopapo merecido. Ese día mi madre me contó como en ’70 el cuarto puesto se había vivido como un fracaso bochornoso.
Yo me guardé esa lección hasta siete años después cuando festejamos con mucho fervor el primer atisbo de la recuperación. La sub 20 salió subcampeona en Malasia y recibimos a los pendejos como héroes. Llegaron de madrugada y el estadio estaba lleno. Ese fue para mi el punto de inflexión espiritual que me permitiría volver a creer en la selección.
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