¡Che!, sigamos por acá

Hay caminos que no deben emprenderse por tentadores que sean. Hay caminos que no pueden emprenderse, porque merecen ser transitados hasta el fin. Esos caminos solamente hay que seguirlos, si se tiene la convicción de no mirar atrás una vez comenzado el recorrido, si se es capaz de abandonar definitivamente todo lo que uno ya ha dejado atrás.

En cambio hay otros rumbos que por poco plausible que nos parezca la idea tomarlos, es seguro que algún día lo haremos. Por ahí uno se olvida, o pretende olvidarse, y levanta la vista al horizonte con la esperanza de que cuando llegue la encrucijada, se nos pase inadvertidamente y ya nos sea imposible desviarnos hacia ese destino incierto, pero inexorable. Sin embargo, en cuanto nos cansamos de ese espejismo que es el futuro, caemos en la cuenta de que el momento de tomar la decisión sigue aproximándose, paso tras paso.

El problema es cuando esas dos metáforas hablan de exactamente lo mismo, y uno abriga la certeza de que se internará en uno de esos senderos, de los que sabe deben seguirse hasta que se terminan, sin importar lo duros que sean.
Pero no sabe cuando, y no sabe cual será.

O si, lo sabe.

Cabezas vacias

Parece que lo de uniformado, tiene bastante más que ver con lo castrense de lo que imaginé.
Honestamente de entrada pensé que estos pibes eran unos payasos que se fueron de mambo. Pero cuando justamente El Observador publica que el cabecilla de la «celula» (gracioso nombre por cierto) es un marino con acceso a explosivos, la cosa cambia.
Igual comparto que estos episodios teatrales sirven de válvula de escape para que el verdadero fascismo siga su rumbo, y que hay otras formas de violencia urbana que pasan desapercibidas a persar de ser más graves.

Comentario en un post de sigmur acerca del apaleo de un músico por una banda de skinheads en la ciudad vieja.

El paraguas en el taxi

Eran las seis de la tarde, o seis y media, no recuerdo exactamente. Lo que es seguro es que había llegado unos minutos antes de lo que habíamos quedado, cosa que me dio la chance de sentarme en la barra y tomar un whisky mientras te esperaba para cenar. Mientras pensaba en que decirte, o mejor dicho, en como decírtelo, me dediqué a disfrutar del clima de aquel sitio. Hace tiempo que no íbamos a un lugar como ese, y tal vez por eso debíamos hacerlo esa noche.

La madera oscura de las paredes absorbía, más que reflejaba, los últimos reflejos ámbar de la luz de otoño que entraba por las ventanas, pero que ya había visitado las del edificio de enfrente, ganando así unos tonos violáceos que delataban lo urbano de aquel atardecer. El pavimento aún mojado por la lluvia que había ambientado el resto del día, incrementaba la sensación de luminosidad, inusual para esa hora de la tarde.La gente hablaba bajo, probablemente para escuchar el piano y esa voz ronca con la que la morocha espesaba el jazz que bañaba el lounge del bar. Todos parecían tranquilos, aunque seguramente pocos lo estuvieran realmente. La paz interior no es fácil de mantener en esta ciudad, y setiembre no es un mes sencillo para nadie. Especialmente cuando el ya inminente fin de año no significa verano y vacaciones, sino nieve y cierres de año fiscal.

El Mâitre’d interrumpió mi inusual aperitivo, según la costumbre yanqui, para avisarme que la mesa estaba pronta, miré la hora y vi que ya deberías haber llegado. Supuse, correctamente, que te habría retrasado el tránsito. Mis recomendaciones de no tomar un taxi a la hora pico nunca tuvieron efecto en vos. A pesar de vivir hace más de cinco años en la isla, no te acostumbrabas a tomar el subte cuando ibas bien arreglada. Ese era tal vez el único rasgo pueblerino que conservabas. Sonreí solo, detrás de toda tu sofisticación seguías siendo la misma. Ya sabía lo que iba a decirte.

Cinemateca contra el mundo

Hace unos dias, en lo de Sigmur, se armó un inesperado y acalorado intercambio de opiniones al respecto de Cinemateca Uruguaya. Esta edición de la clásica discusión uruguaya cayó en los carriles usuales, o sea, la calidad artística de los films exhibidos, las distintas carencias de las salas, el precio de las entradas, la labor de archivo que la institución realiza, los festivales, etc. Todo comparado con el circuito cinematográfico comercial, tanto en forma como en contenido.

No participé del thread porque no estaba, pero fue mejor que así haya sucedido. El leer todos los puntos de vista en los comentarios, hizo que este post sea mucho más maduro que lo que pude haber escrito en su momento.

Sobre el tema quiero hacer tres reflexiones. Una acerca de un argumento que aparece en todas las instancias de esta discusión, y dos sobre Cinemateca y los cines comerciales.
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