«We love surfers»

Escondido detrás de los movimientos reflejos de encender un cigarrillo, lo observé estudiar mi expresión al hacerlo. Era raro sentirme el centro de una mirada, después de tantos días de interactuar con gente sólamente por razones sumarias. Seguramente en unos instantes vendría a decirme algo, es muy raro que alguien mantenga contacto visual porquesí en aquel lugar.

No le di tiempo, me había detenido en esa esquina solamente para eso, por lo que continué mi camino hacia la plaza. Era ahí donde quería sentarme a fumar aquel incómodo sin filtro, escuchando al contrabajista y mirando pasar la gente.

La gente, y bueno, tal vez la temperatura del aire, era casi lo único que me atraía de manhattan por las noches. Los yanquis, a diferencia de nosotros y los europeos, no iluminan cosméticamente a los edificios, por lo que el protagonismo recae en los actores, dado el involuntario minimalismo de la escenografía.

Después de unos 15 minutos, y de una extraña y breve conversación con un negro obeso que me pidió unos dólares para comprar su medicina contra el sida, luego de decirme que a pesar de parecerle «straight» le parecía «cute», y de que el cantante terminara todas sus botellitas de agua, enfundara su contrabajo y se fuera a casa con sus, calculo que 50 dólares, desandé mis pasos y volví a intentar perderme entre las callecitas del Village, sin suerte.
Es casi imposible perderse en ese damero.

El ambiente era interesante. El semestre estaba por empezar y todos los estudiantes de la omnipresente NYU se reencontraban con amigos y lugares, aprovechando el calor que tanto echarán de menos en unos meses. Extrañamente no me sentí ajeno a ese humor colectivo. A pesar de que estaba participando simplemente como observador, y que dentro de 24 horas estaría ya rumbo a casa, la sensación de outsider que me asaltó por momentos, y siempre de improviso, me dio una tregua esa noche.

«We love surfers» escuché que decían, un segundo antes de entender que me lo decían a mi, con el objetivo de persuadirme de asistir a un student stand up commedy show, two drinks minimun, just one block away, begins in thirty minutes. Luego reparé en mi remera, y entendí por donde venía. Tomé el flyer y seguí caminando.

Esa noche no tomé el subte hasta chelsea. Caminé, vi como desaparecían primero los estudiantes, luego la gente, para, al cruzar una calle, la 16 calculo, encontrar a todos esos restaurantes atiborrados de gente y los pubs gay desbordantes de alegres parroquianos, hasta llegar al hostel, conversar por última vez con el último par de recién conocidos room mates (koreano y japonés, esta vez) y dormir la última noche en manhattan.

La única en que me costó conciliar el sueño de las 70 del viaje.

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