El paraguas en el taxi

Eran las seis de la tarde, o seis y media, no recuerdo exactamente. Lo que es seguro es que había llegado unos minutos antes de lo que habíamos quedado, cosa que me dio la chance de sentarme en la barra y tomar un whisky mientras te esperaba para cenar. Mientras pensaba en que decirte, o mejor dicho, en como decírtelo, me dediqué a disfrutar del clima de aquel sitio. Hace tiempo que no íbamos a un lugar como ese, y tal vez por eso debíamos hacerlo esa noche.

La madera oscura de las paredes absorbía, más que reflejaba, los últimos reflejos ámbar de la luz de otoño que entraba por las ventanas, pero que ya había visitado las del edificio de enfrente, ganando así unos tonos violáceos que delataban lo urbano de aquel atardecer. El pavimento aún mojado por la lluvia que había ambientado el resto del día, incrementaba la sensación de luminosidad, inusual para esa hora de la tarde.La gente hablaba bajo, probablemente para escuchar el piano y esa voz ronca con la que la morocha espesaba el jazz que bañaba el lounge del bar. Todos parecían tranquilos, aunque seguramente pocos lo estuvieran realmente. La paz interior no es fácil de mantener en esta ciudad, y setiembre no es un mes sencillo para nadie. Especialmente cuando el ya inminente fin de año no significa verano y vacaciones, sino nieve y cierres de año fiscal.

El Mâitre’d interrumpió mi inusual aperitivo, según la costumbre yanqui, para avisarme que la mesa estaba pronta, miré la hora y vi que ya deberías haber llegado. Supuse, correctamente, que te habría retrasado el tránsito. Mis recomendaciones de no tomar un taxi a la hora pico nunca tuvieron efecto en vos. A pesar de vivir hace más de cinco años en la isla, no te acostumbrabas a tomar el subte cuando ibas bien arreglada. Ese era tal vez el único rasgo pueblerino que conservabas. Sonreí solo, detrás de toda tu sofisticación seguías siendo la misma. Ya sabía lo que iba a decirte.

3 comentarios

  1. No es lo que yo tenía en mente cuando escribí eso, pero si a vos te sirve, bien. Esa es la gracia de la literatura (argh!, con perdón de la literatura)

  2. el dia que seamos pragmaticas y tomemos un subte y lleguemos siempre despeinadas y con el rimmel corrido, ese día, ustedes no nos estaran esperando

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